miércoles, 13 de mayo de 2009

VICENTE CIDADE, el duende de la galopa

Hacia fines de los años 80 regresaba a su amada tierra misionera don José Vicente Cidade. Atrás quedaban su familia, sus logros culturales y algunos emprendimientos comerciales llevados a cabo en Buenos Aires.
Aquí en Misiones, por esos días, envalentonados por los aromados vientos de la incipiente democracia, una nueva generación de autores y cantantes pugnábamos por expresar una visión actualizada de la música nativa.
EL ENCUENTRO CON VICENTE
Era muy clara esa tarde de primavera cuando el sonido de un violín detuvo mi caminata por calle Belgrano de Posadas. Curioseando a través de la ventana vislumbré al fondo de la sala a un equilibrista de sonidos practicando su rutina sobre el delgado hilo de una melodía. Notando mi atónita presencia y, desde su solitario rincón, Vicente Cidade me invitó a pasar. En su austero estudio de música había también una guitarra y comenzamos a tocar a dúo algunas canciones conocidas y otras nuevas para mí: Catedral de sombras, Canción de Iguazú, Diálogo con el río (a la postre mi favorita). Entre una y otra canción fue relatando su experiencia al frente de la peña El Hormiguero, trasnochador punto de encuentro de muchos artistas provincianos en la capital y de las conclusiones que le dejó esa experiencia, principal motivo de su retorno: “…tenemos que trabajar por una música propia, debemos defender nuestros ritmos. Los salteños, los santiagueños, los correntinos tienen su identidad musical y la defienden con convicción…” Aterciopelaba la voz, acentuaba con ademanes su apasionado discurso y ampliaba cada concepto vertido para que no queden dudas de sus pensamientos. “ …Nosotros tenemos que hacer los mismo, defender con coraje nuestro misioneraje…”
Fueron muchos atardeceres combinando música y charla. Después fui su músico acompañante en varias peñas y festivales y en mayo de 1991 realizamos una gira provincial junto a su hermano Ramón Ayala. A su lado comprendí el exacto latido de la galopa y comprendí la respiración selvática de la música de Misiones; consolidé mi visión localista del arte que ambiciona universalizarse y reafirmé el orgullo de cantar canciones que hablan de la gente nuestra, de nuestros paisajes y nuestras tradiciones con sonidos y palabras que expresen nuestra manera de ser.
EL MAESTRO
Vicente poseía el natural don de transmitir sus conocimientos, fue un verdadero maestro. No escondía ni mezquinaba nada, era todo generosidad y humildad en su acción. Sus enseñanzas trascendían el ámbito escénico y técnico, apuntaban a la esencia de nuestra identidad cultural. Su magisterio era de horario continuo y convertía cualquier ocasión en una oportunidades para sumar adeptos a su causa misionerista.
De su ser emanaba el arte en su forma más pura y sus melodías son un mágico tejido sonoro capaz de juntar el paso callejero con el vuelo imaginario. Su violín (lo llamaba Yacaré Zumbón) expresaba toda su vida: su niñez sufrida (en Loreto y Santa Ana), su adolescencia y el destierro (siguiendo a su madre y hermanos a la Capital Federal), sus inicios como músico clásico y la elección de estar en Misiones y jugarse por el folklore.
LAS GALOPAS DE VICENTE
Si bien incursionó en varios de nuestro ritmos autóctonos (canción, chamamé, gualambao) se destaca por ser autor de las más populares y bellas melodías de galopas de nuestro acervo musical: El Mensú, Canción de Iguazú, Diálogo con el río, El Urutaú, Costera, Zorzal tempranero, entre otras tantas obras inéditas. Sus galopas constituyen un testamento cultural de excelencia artística y de riqueza musical comparada con la obra de los grandes maestros de la música.
Si bien sus producciones discográficas no alcanzan a reflejar el nivel de sus composiciones, son suficientes para imaginar el ancho universo sonoro en el que navegaba su alma melódica y creativa. Es posible que en el devenir de nuestra evolución cultural algún compositor contemporáneo tome sus temas y los realice orquestalmente, sueño que el maestro Vicente Cidade no consiguió concretar.
EL HORMIGUERO
Uno de sus orgullos empresariales fue crear y dirigir una peña de la música de las provincias en plena ciudad de Buenos Aires. Por “El Hormiguero”, que funcionaba en un subsuelo, desfilaron los más conocidos artistas del follklore nacional durante parte de la década del 60 hasta el golpe militar del año 76.
El Hormiguero fue un lugar de confluencia de compositores, poetas, cantantes e instrumentistas de los cuatro puntos cardinales de la Argentina. “…Ahí entendí la necesidad ineludible de tener una música propia. Llegaban los Santiagueños, los Salteños, los Correntinos con lo suyo y nosotros no sabíamos exactamente cuál era nuestra canción. Por eso insisto en esto de ser originales y sentir orgullo por nuestra cosas…”
Lamentaba la imposibilidad de abierto El Hormiguero durante la dictadura militar, pues muchos de los habitués del lugar fueron perseguidos y desterrados o asesinados. “Fueron días de escapar de los parapoliciales saltando por azoteas, de ver desaparecer gente buena, de sentir que las balas te pasaban muy cerca del cuerpo. Nos salvamos porque algunos amigos nos ayudaron…”
POSADAS MARANGATÚ
En Misiones su militancia permanente lo llevó a conectarse con políticos como Eduardo Fragueiro, quien siendo intendente de Posadas, lo nombró director de un conjunto musical de folklore misionero al que denominaron Posadas Marangatú (en lengua Mbya, el que hace el bien).
Unos años más tarde llegó a presentarse como candidato a Concejal y después de esa fallida incursión, gambeteando una serie de inconvenientes en su salud física, se trasladó a la ciudad de Garupá, en donde ejerció el cargo de director de cultura hasta sus últimas horas de vida.
En la Costanera de Posadas emplazaron a comienzos de 2006 una placa con un poema suyo dedicado al lugar. Ese día lloró escuchando sus canciones y fue su despedida pública.
Su cuerpo abandonó el espacio temporal unos meses después pero su música, arraigada y alada a la vez, suena a eternidad.